No es justo que un personaje de alto rango se enfrente a personajes menores. Así es muy fácil sobrevivir en HOB y labrarse una fama inmerecida. Los jugadores OmniNivel deben luchar contra los jugadores OnmiNivel. Es una cuestión de honor. Deberían cambiar las normas del juego para que esto no se vuelva a repetir y no hayan más perjudicados por esta desigualdad como lo he sido yo.
Lo mismo está sucediendo con el asqueroso Dinorodent de Zashkrod, Bulbar el Sanguinario. Es un asesino contratado por la empresa para cargarse al mayor número posible de jugadores y que así tengan que comprar nuevos jugadores. Es una sucia argucia por parte de la empresa para enriquecerse, en detrimento de todos nosotros. Lo encuentro de lo más deshonesto y rastrero, por eso lo denuncio. Pienso elevar la queja a instancias del consejo, donde ya he mencionado que tengo un familiar.
Ese desgraciado era una mole poderosísima que barrió a mis guerreros sin esfuerzo. No solo me arrebató el presente que iba a entregar al Trollensis, sino que además terminó con Cuca de forma vergonzosa. Luego se largó con la mascotte hembra y me dejó con las manos vacías.
¿Ahora qué iba a hacer yo, pobre desdichado, sin la hembra sapiens, que iba a despertar la ira de WinsTroll por este terrible descalabro? ¡Arrasaría sin compasión mi nido con sus Megarácnidos y no quedaría ni los pellejos de nosotros, oh, infelices!
Todo por culpa de ese entrometido de Autarka, que había metido las narices donde no debía.
-¡Oh, todopoderoso Rodent, escucha la plegaria de tu hijo predilecto y evítame el oprobio de perecer bajo la cólera del Trollensis. Influye con tu voluntad sobre él para descargue sus iras contra el verdadero causante de este infortunio, el Autarka, que se ha mofado de nuestra estirpe y ha osado ridiculizar a tu más abnegado siervo. Cumple, ésta, mi veleidad, y yo te prometo que pondré bajo tus plantas a los odiados sapiens para que te adoren como su único dios y señor!
Libro de Hob
Entrada del 27.04.1378, Era de La Bestia.
Otro post del Autarka: Yo rescaté a la chica de los Rodents.
Me llamo Aquileo Vryzas. Vivo para la batalla. Mis proezas han dado la vuelta a Nueva Pangea. Soy el más temido de las bestias y el más odiado de los héroes; pero eso es algo que me causa profunda indiferencia. Solo me interesa matar, la incomparable emoción de quitarle la vida al enemigo en el campo de batalla. No me importa si para ello he de experimentar los más atroces sufrimientos; el dolor es un placer exquisito solo al alcance de unos pocos.
En la vida anterior era un asesino a sueldo para los principales países europeos. Mataba por encargo, silenciaba a los inoportunos; no había misión que no aceptara, por muy sangrienta que fuera. Pero cuando dejé de serles útil, me consideraron un peligro público y me encerraron de por vida. Creyeron que así dejaría de matar.
Nunca imaginaron que podría desdoblarme de esta envoltura carnal y transmigrar mi alma a otro lugar donde proporcionarme tan sublime sensación. Ahora ya no necesito mi anterior cuerpo, que se marchita con el incesante andar del tiempo, he encontrado un lugar donde soy inmortal. No importan las veces que acaben con mi envoltura, ni las terribles muertes que me acaezcan, siempre regreso con el mismo ímpetu. Nada puede frenarme.
Soy un guerrero virtual de Héroe o Bestia.
En HOB se me conoce como el Autarka. Yo me he hecho a mí mismo, no necesito a nadie, no tengo amigos, aliados o socios; solo enemigos. Así es como me gusta vivir. Desdeño a los theosianos, a los lupercanos y siento no menos desprecio por las tropas del primarcado. ¡Débiles alfeñiques, temerosos de la muerte! Un guerrero debe vivir como si ya estuviera muerto.
El dolor y la violencia son para mí como el aire para ellos, si quieres encontrarme, búscame allí donde más encarnizada sea la lucha. Pero no pidas mi ayuda, ni intentes comprarme; tus miserias no significan nada para mí. Si aparezco es para matar.
Me produjo una risa tremenda que raptaran a aquella pobre muchacha. ¡Qué lástima, los tortolitos buscaban un lugar donde besuquearse y les amargaron la fiesta! Eso es lo que pasa por querer hacer el papel de Héroe que no corresponde.
Cuando recibí el patético mensaje de aquel mequetrefe me asaltó una intensa y satisfactoria visión de muerte. Por unos gratos instantes imaginé a decenas de rodents sucumbiendo ante mis armas. A ver qué clase de heridas eran capaces de infligirme aquellas ratas esmirriadas.
El colmo del humor me sobrevino después de comprometerme en firme a realizar el trabajo de rescate. Me envió un enternecedor mensaje de agradecimiento, que probablemente contendría afectadas palabras y promesas que nunca cumpliría. Por supuesto, mandé el mensaje a la papelera de reciclaje sin leer su contenido. Lo último que necesitaba era a un bisoño a mi lado para entorpecerme la labor. ¡Yo lucho solo! Aquello no se trataba de bonhomía ni filantropía; era algo de una naturaleza mucho más voluptuosa: el placer de matar.
Desde esta celda desde la que dicto al Transcriptor, os narraré la historia que estáis deseando oír, de cómo salvé a la chica de los rodents.
Me preparé para el salto. Es un ritual que debo hacer de modo concienzudo: respirar hondo, apaciguar mi sed de sangre y dolor, centrarme en el objetivo y repartir mis energías.
Conecté el Tablet-H vaciando mis pulmones. La adrenalina surcaba mis venas, el corazón pugnaba por desbocarse. Es tan intensa esa primera muerte, notar cómo su vida se apaga mientras que la tuya se fortalece.
-Insertar misión- ordené a la tableta-: Rescatar a Justine de Valois de las garras de los rodents.
Recité los detalles concernientes a localización, antecedentes, historial para establecer el momento y el lugar precisos para el salto.
-Armas.
Se abrió un cuadro con todas las armas que había ido almacenando durante mis victorias y las que el capricho me había dictado. Con la inmensa fortuna que amasé con mis trabajos antes de que me encerraran en esta prisión espacio temporal, podía comprar todo aquello que se me antojara: Magia para aumentar el nivel de mi personaje, armas de magiacero, energía vital para reponerme de las heridas y no perder el personaje con una muerte fortuita. Aunque eso en el fondo me daba igual, el refinado placer que esconde una muerte agoniosa merece la pena el desembolsó que debo efectuar para reemplazarlo por uno similar.
Dudaba qué armas escoger; quizás el montante de Von Lieber, o las hachas de Porko, o mejor la terrible maza de Snug. No para ese trabajo mejor algo pequeño que me permita utilizarlo en espacios estrechos. ¿Pistola sónica o Ray-Brand? Creo que las dos. Y abundante munición para masacrar a todo el nido.
Al final decidí con gran entusiasmo portar un par de pistolas para la incursión y las hachas de Porko para cuando cayeran en tromba sobre mí. Las hachas de Porko están grabadas con runas de Magia y son devastadoras cuando entran en ignición.
Además me cargué con varias ampollas de Vida para los contratiempos, con esos rodents traicioneros nunca se sabe; siempre pueden sorprenderte con algún tipo de intriga o alianza inesperada. En último lugar, por si la ocasión se tornaba desesperada, escogí dos piedras de Magia cristalizada para aumentar de nivel de forma drástica.
¡No quedaría ni rastro de esas miserables ratas!
Bien, ya lo tenía todo listo para el salto. Normalmente los jugadores se encomiendan a su dios favorito, yo me encomendé a mí mismo y, tras colocarme en el catre con el reproductor en los ojos, pulsé el botón de salto:
Enter.
Podía olfatear su pestilente almizcle a centenares de metros. El estrecho pasadizo estaba completamente impregnado de él. Quizás me atrevería a decir que se torna embriagador cuando lo secretan junto a su último estertor; entonces se convierte en delicioso perfume para mi olfato.
El corredor era demasiado angosto para contener mi descomunal talla. Mi cabeza sentía en ocasiones la superficie fría de la roca. Detesto tener que bajar la cabeza aunque sea para atravesar espacios bajos. Las hachas repiqueteaban en mis espaldas sobre la almilla de cuero en consonancia con los puñales de magiacero y las pistolas. Habitualmente prescindía de las armaduras; eran para los inseguros. Además restaban movilidad y robaban energías con su excesivo peso. Para aquella misión tan sencilla hubiera sido un agravio a mi dignidad.
El tintineo metálico precedía mis pasos con su musicalidad. No me importaba alertar a mis presas. Atacar por la espalda y amagado en la oscuridad no era mi estilo; yo prefería el ataque frontal, anunciando mi llegada.
Después de tomar varios recodos por aquel laberinto hediondo capté sus agudos chillidos. Sabían que alguien les perseguía y acudían a mí en tropel, destellando sus rojizos ojos en la penumbra. Los filos de las espadas lanzaban reflejos tenues con la precipitada carrera.
¡Había llegado el momento! La emoción recubrió con una bruma carmesí mis ojos. Sin detener el paso desenfundé el primer par de pistolas que había traído: las sónicas. De momento no quería producir más ruido del necesario. Si averiguaban con quién se las tenían, de seguro que huirían a toda prisa.
Aunque, pensándolo bien, cuantas más dificultades opusieran, mejor; más atractiva sería la caza.
...CONTINUARÁ
...CONTINUARÁ
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