Los megarácnidos lo habían sepultado completamente. Los fulgores del hacha se habían extinguido entre la masa bullente. Mas aquello no era su fin; todavía guardaba una carta de triunfo. El Autarka se debatía frenéticamente bajo ella, acuchillando indiscriminadamente con su puñal de magiacero, que escindía las cortezas de las bestias como si se tratara de mantequilla. Estaba totalmente impregnado de icor espeso y maloliente, como recubierto de cera.
Entonces se tragó los dos pedazos de Cristal de Magia que había guardado para el momento final, para la apoteosis.
El Cristal de Magia era la energía más poderosa que se conocía en Nueva Pangea, proveniente de las entrañas del planeta. Energía vital con la que la diosa Gaia había dado vida a todo lo que le rodeaba. Por la ley de Theos a los humanos no les estaba permitido hacer uso de ese poder, que provocaba horrendas mutaciones, pero el Autarka estaba más allá de cualquier convención y de cualquier norma. Para él la religión no significaba nada.
El ingente montículo de megarácnidos se convulsionó como si hubiera tomado un revulsivo. Se escuchó un grito brutal desde sus profundidades y de pronto cientos de megarácnidos salieron despedidos por los aires como en una erupción. En el centro del cráter se erguía, enhiesto y poderoso, el Autarka, que había redoblado sus fuerzas gracias a la Magia cristalizada. Sus profundos cortes se habían cicatrizado y el brazo amputado se había regenerado; un halo azulado de energía le revestía, crepitando sonoramente, el cual emanaba ondas energéticas en derredor.
Decenas de megarácnidos entraron en combustión al ser alcanzados por aquellas ondas. El terreno alrededor al Autarka quedó despejado de bestias; una alfombra de cenizas carbonizadas lo tiznaba de negro. La expresión del guerrero era cruel, sus ojos centelleaban como luceros, registrando entorno con desafío, en busca de su enemigo.
-¡Da la cara, cobarde!- le conminó a luchar, torciendo el gesto con desprecio.
WinsTroll palideció ante aquella muestra de poder. Ningún enemigo había sido capaz de resistir una carga de sus megarácnidos.
-No- le contestó, recuperando la confianza cuando observó que sus criaturas retomaban el ataque-, para eso las tengo a ellas. ¡Y son legión!
Aunque había matado a cientos, todavía quedaban más del doble de megarácnidos. Esta vez parecía que algo las había enfurecido de verdad y se aproximaban emitiendo un agudo chillido que reventaba los tímpanos.
El Autarka aguantó el dolor con estoicismo, aprestándose para la última batalla. Si se hubiera enfrentado a bestias normales como los porkos o los caprens quizá hubiera sobrevivido, pero contra esos bichos enormes su muerte estaba firmada. No había ingerido el Cristal del Poder para salvarse, lo había hecho para revivir de nuevo el dolor de una muerte atroz, para alargar esa sensación sin par y paladear hasta el último instante de agonía. Ése era el propósito de su existencia.
Oleada tras oleada los megarácnidos cayeron sobre él. Armado con sus cuchillos de magiacero, el Autarka los repelía con furia, bramando como un poseso. Se giraba con una velocidad imposible, impelido por el poder de la Magia que circulaba en su interior. Una tras otra, las ciclópeas bestias se apagaban a su alrededor, creando un cúmulo creciente, que ascendía y ascendía.
Pero el Autarka no era un dios, no tenía poderes ilimitados. Cada corte, cada mordedura, le debilitaban poco a poco, agotándole las energías. Sus reflejos menguaron; su agilidad también; la sangre brotaba de innumerables heridas, provocándole exquisito escozor. Había entrado en un estado de éxtasis; recibía las nuevas heridas con un estallido de placer, una epifanía que manifestaba con desvariadas risas.
Dos pares de colmillos se hundieron en su figura; uno en la pierna y otro en el hombro. El veneno inyectado abrasó su organismo, consumiendo la energía de la Magia. Notó que sus miembros se paralizaban. Más colmillos se clavaron en su carne ensangrentada. Las cotas de dolor eran insoportables para cualquier ser vivo. Pero el Autarka gozaba como nunca, acuchillando a sus atacantes con saña hasta que la rigidez lo paralizó del todo. Más y más mandíbulas se cerraron entorno a su cuerpo, despedazando porciones de considerables de carne. ¡Placer infinito!
-¡Ja, ja, ja, ja!- escuchó las carcajadas de WinsTroll mientras contemplaba divertido su cruento final.
El Autarka vislumbró a través de la roja bruma que cegaba su vista cómo el troll dirigía su bestial montura en dirección a la chica mientras una docena de patas como guadañas lo descuartizaban.
-¡No es justo!- exclamó con su último suspiro.
En Hob las cosas eran así; en ocasiones ganaba el más inesperado y las acciones más justas se truncaban a favor del menos pensado.
-¡Yo gano!- exclamó, triunfante, el Trollensis.
¡Game Over!
¡Congratulations WinsTroll!
El Libro de Hob
Entrada del 01.05.1378. Era de La Bestia.
Rescate en Pitya.
Yo quisiera romper una lanza a favor de este emocionante juego, tan denostado por la sociedad últimamente, que todos conocen como Virtual WarGame. Al contrario de lo que muchos aseguran, como ese tremendista del Blog la Luz entre Tinieblas, en este juego impera la deportividad y la camaradería entre los jugadores, así como los sentimientos de amistad y nobleza. No se nos puede criticar a todos porque unos cuantos locos hayan decidido tener aquí su particular cobijo o para que algunas personas de espíritu corrompido tengan un lugar donde cometer sus malas acciones.
Intentaré relatar en breves líneas mi experiencia en HOB para dar una muestra de lo que digo.
En la vida real soy Ángel Puig, sargento mayor de Infantería de Marina, destinado en el Tear, en San Fernando de Cádiz, en España. Y en HOB soy el capitán Emilio Pons, de la Infantería de Marina del primarcado, en los Tercios de Spance, destinado en Pitya, al extremo suroeste del Méditer, tocando con el territorio hostil del Marrak, tierra de bestias.
Este increíble juego me sirve para perfeccionar mis aptitudes como soldado, pues, por extraño que parezca, algo de lo vivido allí se queda grabado en tu experiencia vital de modo que si eliges bien tu personaje y entrenas duro, puedes adquirir destrezas y conocimientos de combate que luego te pueden servir aquí. Eso no quiere decir que nos volvamos todos locos y acabemos matando a la gente por la calle en una especie de delirio. Los excepcionales casos que se han dado son producto de alguna patología en la mente de los jugadores antes de saltar a HOB, no del juego en sí mismo. Habría que someter a estudio a esos individuos para establecer su nivel de cordura antes de meternos a todos los demás en el mismo saco.
Cuando recibí el mensaje de S.O.S. del cabo Elías Torres, en la Tierra Ignacio Torrent, sentí una profunda aflicción y no dudé un solo segundo en ayudarle a rescatar a su chica, que había sido raptada por los rodents en HOB.
Yo ya conocía en la vida real a Ignacio Torrent, infante de marina como yo y veterano de guerra, que perdió su brazo en el conflicto armado de los protectorados. Ambos luchamos juntos en él durante los primeros meses de su desarrollo.
Por esa razón y por su calidad como persona, estaba obligado a intervenir.
Me puse de inmediato en contacto con él, ofreciendo mi desinteresada ayuda, para conocer más detalles de lo ocurrido. Necesitaba saberlo de primera mano, a veces los sucesos de HOB se desvirtúan o se tergiversan a favor de la emoción del juego.
El holograma de su imagen apareció en la pantalla desplegable del H-Tab, su semblante estaba alterado y se podía apreciar bien la consternación en su tono. Me dijo que su personaje había fenecido en manos de los rodents y que se habían llevado a su chica en HOB, que es su mujer en la Tierra. Le aseguré que movilizaría a mis hombres en HOB y efectuaríamos una batida por los subterráneos hasta dar con ellos y cuando los encontráramos, procederíamos a una acción punitiva para que no salieran nunca más de sus fronteras.
El difunto cabo Elías me confirmó que no sería necesario emprender tal acción ya que un personaje de Alto Nivel, que podría ser ProGamer por su puntuación, conocido como el Autarka, le había enviado un mensaje, comprometiéndose a rescatar a su chica.
A cualquier jugador con un mínimo de experiencia en HOB le es familiar ese nombre. El Autarka es célebre por sus batallas perdidas y sus misiones imposibles. No se conoce mucho de él en la vida real, pero en HOB es un poderoso aliado de la Segunda Humanidad, aunque, como su apelativo indica, lucha para él mismo, desdeñando la gloria y la fama que todos perseguimos en este juego.
Se dice que es un asesino psicópata que trabajaba para la U.E. hasta que perdió la cabeza y tuvieron que encerrarlo. También se dice, y no es menos fiable, que en realidad juega para satisfacer su retorcida adicción al dolor y al asesinato y que en el Virtual WarGame ha encontrado su elemento para llevarlo a cabo sin perjudicar a los demás.
A mí las habladurías me tienen sin cuidado, lo que sí que es cierto es que el Autarka no es un personaje muy fiable, dado su egoísmo e individualidad a la hora de jugar. Nunca acepta ayudas y a veces actúa de forma imprevisible, según su cambiante capricho.
Era más que probable que el Autarka, en su presunción, no hubiera visto el Post que había colgado el rodent y que no pudiera completar con éxito su misión. Conociendo a los rodents, seguro que preparaba algo, y no bueno. Por ello se hacía del todo imprescindible mi participación en este escabroso y desafortunado incidente.
Acabé la conversación con mi excompañero prometiéndole que le traeríamos de vuelta a Justine, que no se preocupase de nada más y que se relajara disfrutando de la partida, tranquilamente en su salón.
Existen muchos modos de prepararse la partida antes de saltar a HOB. Unos buscan información y detalles que les puedan servir de ayuda para lograr sus objetivos. Se pactan alianzas, se buscan nuevos amigos, los puntos débiles del contrincante; en definitiva todo aquello que pueda ser de utilidad. Aunque yo soy de los que no les gusta abusar de la información para obtener ventaja; es como hacer una especie de trampas.
Así que programé mi misión con el mínimo de detalles y me dispuse a saltar...
...CONTINUARÁ
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