Henry Dickinson y el ingenio volador
Por: Alejandro Aragoncillo
No todos los relatos comienzan de la misma forma, ni todos hablan de la misma clase de gente y por supuesto no todos los narradores son tan apuestos como un servidor. Hoy os voy a hablar de mi gran amigo Henry Dickinson y de cómo continúan sus emocionantes aventuras.
-Caray Harry, cuanto tiempo sin verte!
-El Señor Henry Dickinson! No se si merezco el honor de sentarme en su mesa.
-Me han ascendido y no me he enterado? Tomemos una cerveza, hoy hasta tengo con qué pagarla! – reímos – me viste en la portada del Tamesis Times?
-Por supuesto que te vi, como medio Londres!
-Si, nos felicitaron por lo que habíamos hecho y nos sacaron una preciosa foto, pero quieres creer que no nos dieron ninguna recompensa! Ni un mísero chelín! Si llego a saberlo se lo vendo al chatarrero! – volvemos a reír, parece que los dos estamos hoy de ben humor. La verdad es que no se qué pensar de este hombre: su ropa parece igual de gastada y sigue teniendo los modales de un patán de campo, pero si era el de la foto del periódico tiene amigos más influyentes de lo que parece... Un gentilhombre de verdad! Y el inspector Lestrade!
-Bueno, Henry y qué me cuentas? Planeas algo espectacular para esta semana? Sabes que mañana hay una exhibición de naves voladoras en Highbury Park? Veo por tu expresión que ni sabes de lo que hablo!
-Harry, ni me menciones esos ingenios voladores…
Fue durante mi estancia en Zimbabwe el año pasado, recuerdo que hacia un calor terrible. Estábamos acuartelados unos 100 hombres como guarnición del cercano asentamiento de Ciudad Del Río, una colonia sin nada de especial pero que por su situación cerca de los reinos negros debía ser protegida. Rondaban el campamento unos monos de varias especies la mar de simpáticos y yo me hice amigo de un pequeño tití a base de darle fruta. Has visto alguna vez un tití? Cuando le perseguían los otros monos (cosa que ocurría a menudo) corría hacia mí, trepaba por mi cuerpo y se encaramaba al casco; yo le seguía la corriente, me encaraba a los otros monos y los espantaba antes de desternillarme de risa mientras Malas Pulgas (así le llamaba) daba cabriolas y gritaba provocando de nuevo a sus perseguidores. También le gustaba esconderse dentro de mi casco y me hacía compañía en las interminables guardias nocturnas. Dado el éxito que había tenido con el monito decidí dar un paso más allá y comencé a darles las sobras de la comida a algunos monos más grandes que pululaban por la zona. Pronto nos perdieron el miedo, y no se nos ocurrió nada mejor a los de nuestro pelotón que darles de beber ginebra para divertirnos un rato. Te he hablado alguna vez de los babuinos? Pues bien, les habíamos conseguido unas casacas viejas y unos cascos estropeados, menudas pintas que tenían. Parecía que estábamos en el circo: tendrías que haberles visto bailar borrachos como cubas, dando vueltas sobre si mismos incapaces de mantener el equilibrio; era tan divertido porque parecían uno más de nosotros en una noche de juerga y olían casi igual de mal. Pronto se formó un corro y los chicos daban palmas al compás de sus erráticos bailes.
-Hey Johnson, cuando se alistó tu hermano en el ejército?
-Cuando descubrió que le dejarían bailar con tu hermana!
Todo fue bien hasta que uno de ellos le arrebató su pistola del cinto a uno de los suboficiales (Perkins? Hopkins? no recuerdo su nombre con claridad) y se puso a disparar a diestro y siniestro. Nos tiramos al suelo y gracias a dios nadie salió herido, pero al teniente Burns no le hizo ninguna gracia y nos arrestó durante el resto de nuestras vidas. Por lo menos esas fueron sus palabras (más o menos) textuales.
Después de dos semanas pelando patatas, limpiando letrinas y haciendo todos los inmundos trabajos que nos encargaban, estábamos completamente desesperados por salir de allí. El aire asfixiante mezclado con el humo de la lumbre y el vapor de las ollas era más de lo que cualquiera puede soportar, a excepción de los cocineros claro, todo el mundo sabe que a ellos esas cosas no les molestan. Una mañana, mientras llevaba cubos de agua a la cocina junto con mis tres compañeros arrestados (McGuilligan, Seymour y Mason) oímos el toque de trompeta y vimos cómo todos los hombres formaban frente a la bandera, señal inequívoca de que algo había sucedido. El sargento de cocina Lewis nos indicó que le siguiéramos y nos reunimos con el resto. Pronto nos dimos cuenta que pasaba algo serio. Nadie bromeaba y todos tenían la cara muy seria. El capitán Ferris dio la orden de formar y dispuso a darnos un pequeño discurso.
-Soldados de Su Majestad. Terribles noticias nos llegan de los alrededores y como muchos de vosotros sabéis por los informes de los nativos, una caravana de civiles británicos ha sido atacada por salvajes hostiles. Lamentablemente la Oficina Colonial no puede mandar al ejército en su ayuda, ya que nuestra jurisdicción no llega tan lejos y no queremos provocar un incidente diplomático. En otro orden de cosas, el señor Alexis Bonte, comendador francés en la zona, se dispone a realizar un viaje a esa misma área para observar y catalogar la flora de las montañas circundantes. Daremos permiso a cualquier hombre que voluntariamente quiera acompañar al señor Bonte en su expedición de rescate, quiero decir, de exploración científica.
El silencio se adueña de la unidad hasta que el sargento Robertson da un paso al frente.
-Señor, me presento voluntario para acompañar al señor Bonte señor. Los soldados de mi pelotón también se presentan voluntarios señor.
-Sargento Robertson, no podemos prescindir de un pelotón completo, y además como pronto descubrirá los medios con los que cuenta son “peculiares”.
-En ese caso señor, presento voluntarios a los soldados Dickinson, McGuilligan, Seymour y Mason, señor – un escalofrío me recorre la espalda… y no sabía que se podían tener escalofríos estando a 40 grados, aunque por otro lado pienso que cualquier cosa sería mejor que seguir en la cocina (iluso de mi…) – sin duda están ansiosos por encontrar más monos señor - todo el campamento intenta ocultar las sonrisas que pueblan sus caras; absolutamente todos saben lo que ocurrió aquel día, y es probable que si vamos voluntarios (y volvemos) nos levanten el arresto.
-Voluntarios! Un paso al frente!
Esa misma tarde comprobamos lo que quería decir el capitán Ferrys con lo de que los medios eran un tanto peculiares. Un extraño aparato volador se acercaba desde el sur y no se si acertaré a describirlo con exactitud. Has visto alguna vez volando a un animal que no nació para volar? Sabía que no iba a ser fácil… se trataba de un avión, bueno, no exactamente, de hecho parecía más bien un globo, bueno, quizás lo más acertado sería decir que se trataba de un… ¿globión? (si me escuchara mi maestra de escuela, la señorita Saucer, me daría un buen pescozón por inventarme palabras). Lo cierto es que venía volando, con grandes hélices de madera que giraban perezosamente en unas alas anchas y no demasiado largas. El cuerpo de aparato era bastante más ancho de lo habitual y parecía poseer una buena capacidad de carga. Cuando se acercó al campamento comenzó a reducir perceptiblemente la velocidad a la vez que un gran globo se hinchaba por encima del fuselaje, haciendo que el descenso fuera relativamente suave. No puedes ni imaginar el terror que me produjo comprender que ese sería nuestro medio de transporte.
-Sargento no esperará que nos subamos ahí, verdad? Sargento, por qué sonríe de esa manera?
Al amanecer del día siguiente ya habíamos cargado lo necesario para partir: algunas provisiones, Malas Pulgas y mucho valor. La bodega de carga del globión (voy a intentar patentar esta palabra) era en verdad bastante amplia y estaba repleta de jaulas y tiestos vacíos donde trasportar muestras vivas tanto de flora como de fauna, además de un gran laboratorio portátil que haría las delicias de cualquier científico. La tripulación constaba de media docena de técnicos que se ocupaban del mantenimiento de la máquina, el comendador Alexis Bonte junto con su equipo de colaboradores científicos y además dos pilotos. Una pequeña comunidad voladora completamente autónoma, acostumbrada a pasar largas temporada alejada de la civilización, como bien atestiguaban tanto los numerosos cajones con provisiones como dos buenos cañones de pequeño calibre y recarga rápida.
Cuando todo estuvo preparado comenzamos a preguntarnos cómo diablos conseguirían hacer volar semejante trasto ya que el aparato poseía tren de aterrizaje pero no parecía capaz de alcanzar la velocidad necesaria para despegar. El comendador mandó preparar unas grandes hogueras donde colocaron unos ingenios que producirían vapor, que a su vez hincharía los globos de las alas y elevaría el aparato. Increíblemente funcionó a la perfección y después de un par de horas nos elevamos de tierra con suavidad. No parábamos de mirar asombrados como la tierra se alejaba de nuestros pies. Con desconfianza, intentaba no mirar por las ventanillas y permanecer sentado tanto tiempo como me fuera posible. Has volado alguna vez Harry? Es una experiencia horrible!
Durante una semana exploramos desde el aire los alrededores de la zona donde la caravana había sido atacada, localizamos el lugar y tomamos tierra en la única zona despejada que encontramos: una explanada cerca de un desfiladero a un par de kilómetros del lugar donde se produjo el incidente. Nos asomamos a la sima y pudimos observar una pendiente que parecía cortada a pico, y un pequeño río que serpenteaba en el fondo de un barranco de unos 500 metros de profundidad. Formamos un grupo armado junto con cuatro de los tripulantes del globión (©) y nos internamos en la selva hasta llegar al lugar del ataque. Parecía evidente que un grupo de asaltantes había atacado a la caravana y había puesto rápidamente fuera de combate a los escasos guardias. Nos llamó la atención que había pocos cuerpos y dedujimos que habría supervivientes probablemente capturados por los salvajes. Decididos a no abandonar a ningún súbdito del imperio británico a su suerte, rastreamos las huellas y tras una hora de penosa marcha por la selva encontramos un pequeño poblado formado por una docena de chozas de abobe con techos de paja.
-Mirad allí – tres postes firmemente clavados en el suelo sostenían atados a otros tantos hombres de aspecto occidental, soldados a juzgar por sus ropas – tenemos que ayudarles.
-Pero sería un suicidio atacar ahora.
-Si, por eso esperaremos hasta bien entrada la noche.
Permanecimos varias horas escondidos en el follaje, al acecho, observando sus movimientos y comprobamos cómo a medida que transcurría la noche la actividad se reducía. Cuando estábamos dispuestos a actuar oímos voces de una de las cabañas y vimos como dos negros sacaban de la misma a otro hombre occidental. Había más presos! A la luz de la escasa luna vimos como lo arrastraban al centro del poblado y sin ningún miramiento le rebanaban el cuello para acto seguido arrojarlo dentro de una gran caldera depositada sobre los restos de un fuego. Caníbales! Sin duda alguna estaban preparando el desayuno de mañana.
Poco después nos preparamos para actuar y nos dividimos en dos grupos: uno de ellos se internaría en el poblado para rescatar a los cautivos y el otro grupo permanecería en sus posiciones ofreciendo fuego de cobertura al resto si fuera necesario. Mason y yo, junto con dos de los miembros de la tripulación entraríamos en el poblado. Nos deslizamos sigilosos entre las chozas y desatamos a los hombres de los postes, que medio inconscientes se derrumbaron como peleles. Mis tres compañeros los llevarían junto con el resto del grupo, mientras que yo entraría en la choza de la que habían sacado al otro hombre para comprobar si quedaba alguien más.
Con las armas preparadas eché un vistazo en el interior: dentro de una jaula de madera se hacinaban tres personas, una de ellas más pequeña, con toda probabilidad un niño. Un nudo atenazó mi garganta. De pronto escuché ruidos y tuve que entrar en la choza para evitar ser visto por los guardias que volvían de echar el cadáver en la gran caldera. Dentro de la jaula tres pares de ojos me miraban asombrados: un niño y dos adultos. Aún peor... una mujer, un niño y un chico joven. Dios mío debían estar aterrados. Me llevé las manos a los labios para pedirles silencio y procedí a cortar con mi cuchillo las cuerdas que mantenían cerrada la jaula. Los dos chicos se abrazaban a la mujer, que debía ser su madre.
-Has visto a mi marido? Se lo llevaron hace un par de horas.
-Quizás sea uno de los otros, mis compañeros están poniéndolos a salvo – no tuve valor para decirle la verdad – ahora saldremos con cuidado de no hacer ningún ruido. Si hay problemas echad a correr hacia ese gran árbol, mis compañeros están justo debajo.
Salimos con todo el sigilo que nos fue posible, pero nos vieron antes de abandonar el claro del poblado y acto seguido al grito de alarma los fusiles comenzaron a tronar en la noche.
Vi como Mason se acercaba a las chozas con varias antorchas encendidas para prender la paja de la que estaban hechos sus techos.
-Corred, corred!
Tomé al niño bajo uno de mis brazos e inicié una alocada carrera seguido de cerca por los otros dos prisioneros. Antes de poder alcanzar la seguridad de la selva, un buen número de flechas y jabalinas cayeron a nuestro alrededor. A mi no me alcanzaron, pero la mujer no tuvo tanta suerte y una jabalina la alcanzó de pleno acabando con ella. Apenas me faltaban cuatro o cinco metros para alcanzar a mis compañeros cuando me encontré corriendo solo. El chico joven se había detenido junto al cadáver de su madre. No me lo pensé dos veces y corrí hacia él disparando a lo loco mi pistola contra el grupo de caníbales que nos arrojaban proyectiles. No tengo ni idea si le di a alguno. Cuando llegué hasta el chico decidí que no tenía tiempo para discutir con él, por lo que le propiné un fuerte golpe en el mentón que le dejó sin sentido. Lo tomé bajo mi otro brazo y me lancé de nuevo a la carrera.
Alcancé al resto y todos corrimos por la selva como locos intentando orientarnos para alcanzar el globión (©) y peleando con los salvajes más adelantados cuando no nos quedaba más remedio. Mason, que venía más retrasado después de arrojar las antorchas sobre los techos de las chozas, fue alcanzado por un grupo de salvajes y no pudimos hacer nada por él. A uno de los miembros de la tripulación de la nave una flecha le atravesó el pecho y también murió rápidamente. Al filo del amanecer llegamos por fin donde estaba el aparato y entre gritos alertamos a todos del peligro. Pronto los salvajes irrumpieron en la explanada arrojando sus flechas y sus jabalinas, pero los cañones tronaron y ellos huyeron en desbandada.
Con gran prisa atendimos a los heridos lo mejor que pudimos - Ves esta cicatriz? Aún tengo alojada una punta de flecha en el interior de mi cuerpo – y dispusimos las calderas que debían calentar el aire del globo y posibilitar el despegue. Sabíamos que los salvajes volverían y en mayor número, así que o nos dábamos prisa o estábamos perdidos. Tras un buen rato los globos de las alas comenzaron a hincharse, pero parecía que algo iba mal ya que no crecían tanto como debieran. Pronto vimos con horror como algunos de los proyectiles de los negros habían desgarrado la tela de los globos. Podríamos despegar en estas condiciones?
Contemplé el aparato con desesperación, pues estaba claro que era nuestra única vía de escape. No teníamos tiempo! Los aullidos de los salvajes nos llegaban desde la selva cada vez más cerca y en mayor número. La amenaza de los cañones no los mantendría alejados demasiado tiempo, y una vez que se decidieran a atacarnos sería nuestro fin. Después de dejar a los chicos en el interior de la nave vi al comendador francés al borde de la explanada, asomado al borde del desfiladero que nos cubría las espaldas.
-Vamos hombre, la situación es mala, pero no tanto como para pensar en el suicidio – Sonreí sin demasiado convencimiento.
-Como? Oh, no! No pensaba en el suicidio soldado Dickinson sino en la salvación.
-Entonces es el momento de encomendarse al señor? – ya sabes, el choque de culturas a veces es terrible… estos franceses, no hay quien les entienda – o estás pensado en descender por el barranco y abandonar este cacharro?
-No no, pensaba en si podríamos… deje que le cuente…
Era la peor idea que había oído en mi vida. Pero era lo mejor que teníamos.
El ataque de los salvajes nos pilló con las puertas de la aeronave abiertas y toda la tripulación arrojando fuera todo lo que no era imprescindible: sillas, comida, material científico, muestras de flora, y en general todo lo que no estuviera anclado al suelo. Había que aligerar la aeronave y rápido! Los globos estaban hinchados pero no tenían suficiente fuerza como para elevar el aparato por lo que el globión (©) inició una desesperada carrera… al abismo. Las ruedas chirriaban y el motor hacía un ruido infernal mientras trataba de imprimir a las hélices una fuerza para la que no estaban preparadas. Comenzamos a movernos con una lentitud descorazonadora mientras que los primeros guerreros llegaban a nosotros. Los cañones, cargados de metralla, acabaron con la primera oleada, pero tuvimos que luchar cuerpo a cuerpo con algunos de ellos que incluso lograron entrar en el interior a la carrera.
-Comendador Bonte! No podemos ir más deprisa? Vamos a caer como una piedra!
-Soldado Dickinson hago lo que puedo! Saque esos apestosos culos negros de mi aeronave! Hay que aligerar peso!
Descargamos nuestras armas contra los negros que habían logrado entrar en el globión (©) y lanzamos una carga que logró expulsar fuera a los supervivientes, aunque no pudimos cerrar la puerta y algunos de los guerreros permanecieron aferrados a la nave mientras corrían hacia el precipicio. Finalmente llegamos al borde y saltamos (si es que se puede usar aquí esa palabra) literalmente al vacío. A nuestros pies, un profundo barranco encajonaba el lecho de un río y mientras caíamos rezamos con un fervor desconocido. Golpeamos sin piedad a los negros que aún permanecían agarrados donde podían y los vimos caer. Desafortunadamente, uno de ellos se asió con fuerza a uno de mis compañeros, el bueno de Seymour, y lo arrastró con él en su caída.
Progresivamente la nave fue ralentizando su descenso y finalmente se estabilizó. Todos gritamos y nos abrazamos. Malas Pulgas salió de debajo de mi sombrero (sólo dios sabe cuanto tiempo llevaba ahí) y gritó como el que más. Noté como una sensación de alivio me subía desde el estómago, pero pronto me di cuenta que no era sólo alivio lo que intentaba salir de mi interior. Tuve que sentarme para evitar una situación tan bochornosa y me prometí a mi mismo no volver a montar en uno de estos ingenios. Fue entonces cuando reparé en los dos chicos, que permanecían abrazados en una de las escasas butacas que quedaban en la nave. El mayor de los chicos presentaba un feo moratón en la mejilla (del que me sentía bastante culpable) y el menor lloraba asustado. Un poco más tarde me acerqué a ellos acompañado del comendador.
- Como estáis chicos? – no se me ocurrió nada mejor que decir; me miraron pero no me respondieron – tenéis algún pariente con quien os podamos mandar? El ejército se encargaría de devolveros a Inglaterra.
- No tenemos a nadie señor! - Lloraban a lágrima viva y me quedé sin palabras. Hubiera preferido enfrentarme con un búfalo enfurecido que con esos ojos. – mis padres se pelearon con nuestros abuelos y vendieron todo lo que tenían antes de venir a África! – Ahora si que estábamos jodidos.
- Vamos “petit infant” sois demasiado jóvenes para desesperar. Os gustaría uniros a mi tripulación? – no me lo podía creer, el francesito se ofrecía para hacerse cargo con ellos!
- De verdad señor?
- Claro que sí, además tengo dos vacantes de grumetes en mi aeronave – el chico comenzó a sonreír, pero el otro niño estaba demasiado asustado. Afortunadamente un amigo acudió en mi ayuda: Malas Pulgas me trepó por la pierna y se encaramó en mi hombro tal como le gustaba hacer, atrayendo la atención del niño.
- Verás chico, podrías hacerme un favor? –dije mientras tomaba al monito entre mis manos - El capitán del regimiento odia a los monos y necesito que alguien se haga cargo de mi amiguito - su boca no dijo nada pero sus ojos lo dijeron todo – harías eso por mí? Pero sólo durante un tiempo, hasta que pueda convencer al capitán.
- Sí señor, por supuesto que lo haré señor – tomó al mono de mis manos y lo puso en su regazo con una mirada de incredulidad y agradecimiento
- Tengo la impresión de que acaba de encontrar dos grumetes excelentes Señor Bonte.
- Yo también Señor Dickinson.
Volvimos al campamento y el comendador francés formalizó la adopción de los niños ante las autoridades inglesas: Jeremy Irons y David Irons pasaron a ser Jeremy Bonte y David Bonte. Los otros supervivientes se quedaron con nosotros hasta recuperarse del todo, pero los chicos partieron junto a su nuevo padre al día siguiente. Cuando nos despedimos insistieron en tomarnos una foto a mí y a McGuilligan, el otro superviviente del grupo, que los vimos partir con gran pena mientras mirábamos como los chicos agitaban sus manos despidiéndose de nosotros, con mi pequeño amigo en uno de sus hombros. Hasta pronto Malas Pulgas, volveremos a vernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario